Lo inmoral vende

lo inmoral vende

La moral no es un árbol que da moras; al parecer es un árbol que le da mucho contenido vendible a los medios de comunicación.

“No es ilegal, pero es inmoral, y es una vergüenza” dijo López Obrador cuando acusó a exfuncionarios públicos por trabajar en empresas privadas de energía. Pidió apoyar a empresarios con “visión ética” y apostarles a empresas con “actitud moral”.  Parece que la tarea del poder ejecutivo es culpar y marginar a las personas y a las empresas que hacen actos inmorales, en lugar de cumplir y hacer cumplir la ley con pruebas y procedimientos.

Y es que no se equivoque, la moralidad es ahora un producto. La moral es fuente de inspiración, de admiración, una virtud, una aspiración. Hoy que todo se trata de crear reputación y credibilidad, López Obrador atina al apostarle a la moral. Posicionarse como guardián de la moralidad es un estatus por encima de las obligaciones del poder ejecutivo. El diferenciador que lo aleja de los políticos corruptos y lo acerca a Nelson Mandela y a Ghandi es la moral.

En este sexenio no se cometen ilícitos, se cometen pecados. Los problemas graves no son violar la ley; sino la codicia, la trampa y la mentira. Esos pecados son perfectos para una novela, una serie o un peliculón. Aseguran raiting, venden periódicos, ganan clicks y se viralizan.

Los juicios públicos son más jugosos que los procedimientos legales. Es más fácil y más vendible la ruta de la moralidad; que hacer la restructura institucional del poder judicial, meterse de fondo a mejorar la procuración de justicia, atender la falta de presupuesto y capacitación de ministerios públicos, o dotar de mejores instrumentos a investigadores y criminalistas. Mejor, “al diablo las instituciones”, apostémosle al morbo en lugar de construir un sistema que cuente con la confianza de la ciudadanía.

Y de cada señalamiento se desatan matices, explicaciones, justificaciones, nuevas declaraciones y más historias que son dignas de ser noticia. Los medios de comunicación felices le entran al juego de lo moral porque vende. La motivación comercial de los medios de comunicación no es un secreto. Así, somos testigos de historias de confesionarios que se desenvuelven en lo público.

Ahora que, como audiencia, nos beneficiamos cuando estas acusaciones se hacen ante los medios, ya que les da oportunidad a las partes de exponer sus pruebas. El reto de los inculpados es dar explicaciones ágiles, vendibles y aptas para un público que sólo lee titulares. Olvídense de los abogados, mejor contraten publicistas, mercadólogos, periodistas, y agentes de relaciones públicas. Su reputación y credibilidad está en riesgo si sólo se apegan a la ley.

Paradójicamente, mientras se señalan los actos inmorales sin pruebas se atenta contra el honor, la dignidad y la credibilidad de las personas. Esto no parece un actuar muy moral que digamos. El lenguaje injurioso, la difamación y la vulgaridad solían estar tachados en el manual de estilo y redacción del buen periodista; pero si es algo que hace el señor presidente; pues, ¡que vivan las “fake news”, lo que sea por un encabezado jugoso y por los juicios a la moralidad!

Desgraciadamente, creemos que en un país en donde la ley permite actos inmorales, es preferible ser moral que legal. Pero la ley y las instituciones son nuestras normas de convivencia básica; si no generan confianza y certidumbre, pues cambiémoslas; pero si nos las saltamos un poco, siempre terminará siendo un mucho.